martes, 13 de junio de 2017

Pi, fe en el caos


Una película clave para el interés de muchas personas en el go, creo que incluso influyó a mi hermano para que comprara un set de la marca cayros para que jugáramos en casa. En esta escena aparece el go, toma un papel importante para llevar a cabo una reflexión de la película. Max es un matemático que cree que todo puede leerse en clave matemáticas (un Galileo que cree que el mundo está escrito en caracteres matemáticos) y da con un número de 216 dígitos que sirve como patrón de la bolsa y que incluso tiene que ver con el nombre de Dios. Una película muy interesante de ver, la forma en la que está grabada y también por aparecer nuestro juego.

La conversación que surge a raíz del juego es la siguiente:

Sol. – Max, ven conmigo. Los japoneses consideraban el tablero de Go como un microsistema del Universo. Mira, aunque cuando el tablero está vacío parece sencillo y ordenado, de hecho, las posibilidades del juego son enormes. Las partidas de Go son como los copos de nieve. No hay dos iguales. Bien. El tablero de Go representa de hecho un Universo extremadamente complejo y caótico. Y esa es la verdad de nuestro mundo, Max. No se lo puede comprender con las matemáticas. No existe una ley única: hay infinitas partidas.
Max. – Pero al avanzar el juego las posibilidades se van reduciendo y el tablero se va ordenando. Se pueden prever las jugadas.
Sol. – ¿ Y qué mas da?
Max. – Que quizá no hayamos sido capaces de ver que hay un modelo, un orden. En cada una de las partidas. Cada partida debe tener su modelo. Como la Bolsa o la Torah. Y está en esa serie.  

Ahora, ya tras que conocemos los prodigios de Alphago, ¿qué cabe pensar? ¿Quedan todas esas palabras como bella literatura sin utilidad en el presente, como cuando los escolásticos trataban de dar explicaciones científicas desde la divinidad? ¿O todavía nos queda algo de misticismo y tenemos infinitas partidas o ya los avances tecnológicos han agotado el infinito? Para mí el dolor de verse vencidos por una inteligencia artificial no era simplemente por un orgullo de que ser el único juego que se mantenía invicto, sino porque nos ha recordado nuestra mortalidad e imposibilidad de llegar al infinito.

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